"Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento."

Rubén Darío.

sábado, 2 de abril de 2011

Ten cuidado

Siento que me he portado
de una forma egocéntrica,
porque siempre he intentado
ponerme en tu lugar.
Pero cuando lo he hecho,
no he dejado de ver el mundo a través de mis ojos.
He pensado
durante todo este tiempo, que cuando tuvieses un problema
me lo contarías, que acudirías a mí, medio sollozando, cuando el dolor,
la culpa, la rabia, el orgullo o la impotencia te
ahogasen en un mar de lágrimas saladas.
Y eso lo he pensado
porque yo en tu lugar haría exactamente eso:
bajaría la cabeza
y volvería a ti,
esperando que me acogieses entre tus brazos
y a pesar de todos mis errores, calmases mi llanto
 con el aliento de tu boca y la sangre que bombea
con fuerza tu luchador corazón.
Sin embargo, tú no eres yo.
Me debato entre tenderte las manos
e ir a buscarte en medio de las tinieblas
para ofrecerte mi ayuda, mi comprensión y mi calor.
Aún sabiendo que ese dolor
pudiese habértelo causado yo
con mis extrañas conclusiones y mis insaciables esperanzas.
Pero a pesar de ello,
incluso imaginándome
como la plena causante de tu angustia,
lo prefiero porque así podría calmarte
con un perdón pronunciado por mis labios.
Mi otra opción es dejarte marchar.
Creo, que no me necesitas.
Porque no sé si tu orgullo te ha impedido salir a buscarme
o simplemente porque ha llegado el momento de mi vida
 en el que debo asumir que yo para ti ya no soy esa persona,
ni tan importante como me había creído hasta ahora.
Pensé que siempre,
ni siquiera imaginé que a pesar de todo lo sucedido,
la conservaríamos  y que no existiría fuerza en el universo que pudiese dañar
irremediablemente lo que nos costó sudor
y sangre conseguir en el colmo de su propia plenitud:
la confianza más amplia, sincera y duradera, de nuestras vidas.
 No tengo que decirte cuánto me dolería perderla,
como tampoco es necesario que me demuestres cuánto a ti porque ya dudo.
Me he convertido no en un ser que piensa,
 sino que duda. Ya no pienso que exista porque pienso
 sino porque dudo de mi propia existencia.
Durante la última etapa de la misma, apenas
desde hace dos semanas atrás, busco incansablemente mi alma,
 un alma que ha permanecido en mí no sé durante cuánto tiempo,
 ni tan si quiera me he molestado en averiguarlo.
Sólo quiero conectar con ella del todo, sacar esa parte
 que me saca precisamente de la asfixiante realidad banal y humana.
Reconozco que la evasión fue uno de mis puntos fuertes
 y el consuelo ante los cambios y tu partida.
A través de las lecturas, de la escritura,
la imaginación y la poesía
salgo a encontrarme con otras almas
de otros mundos o de otros tiempos
y cuando nos hayamos, normalmente en silencio,
el tiempo
y el espacio se congela…
comienzan a respirarse los efluvios de la felicidad.
Por otro lado, temo que me necesites y sea yo
quien no renuncie a mi orgullo y a mi ego;
que esté observando una realidad deformada que no me daña
y tal vez ni siquiera te alcance, aunque puede que sea la llana verdad.
Y yo me pregunto… ¿qué nos pasa?
¿Cuál de los dos necesita al otro?
¿Acaso no es esta historia tuya,
una excusa mía
para justificar mi deseo de reencontrarme contigo?
A la vez… ¿quién debe dar los pasos
que nos conduzcan de nuevo a la situación anterior?    
¿Tú que permaneciste prácticamente ajeno a mi partida
o yo que fui la causante de la misma?
Tú te marchaste y seis meses más tarde,
 decidí alejarme también de tu cuerpo,
no fue venganza, muy al contrario: un recuerdo.
Lo necesitaba. Y quién sabe, creo que todavía lo necesito.
 Tú… la otra cara de la moneda…
 no te conozco. Dudo que pudiese calmarte
pero no dudo de que fuera capaz de intentarlo.
 Dudo que me necesites a mí
y no a cualquiera de las otras personas
que comparten contigo tu nueva vida.
Dudo que el deber,  no sea más que el disfraz, de mi querer.
Dudo. Dudo y dudo. Dudo.
Dudo de cada palabra aquí escrita,
dudo de cada palabra aquí omitida.
Y sigo dudando.
Te lo dije una vez: dudar es peligroso. ¡ten cuidado!