Tengo uno
de esos días.
Uno
de esos en los que estoy sensible
y las cosas no salen como había
pensado.
Me siento cansada y mi esfuerzo,
según me temo,
no saldrá recompensado.
Me tumbo encima de la cama,
encendiendo la gran pantalla.
Leo y leo
a pesar de llevarlo.
De teóricamente, todo haber superado.
Y sin embargo,
leo y leo.
Me siento
triste,
estoy sensible
y tenía ganas
una vez más
de encontrar
el rastro de ti que dejaste,
la puerta que nunca del todo cerraste
porque una vez más
necesitaba contigo refugiarme.
Pero algo en mí,
a ti me impide acercarme.
Una cicatriz, una razón…
una cordura que me aleja
del dolor que un día me causaste.
Hoy,
hoy tenía una necesidad
imperiosa de hallarte,
de que una vez más
y para siempre
no me permitieras marcharme
y me retuvieras
mas no con palabras amables
sino con deseo impaciente
que me alejara de la ranura del presente.
Y hubiera entregado mil palabras
a cambio de las tuyas,
mil versos
a cambio de un abrazo…
porque estaba triste y te sentía lejano.
Sí, lejanos.
La distancia
es la esencia
más palpable que nos separa.
Y no sé si no puedo,
no quiero
o es que he madurado.
Ni siquiera tengo
ya claro
si sabes todo lo que en mi vida ha pasado.
Me llena de tristeza
que después de todo lo que fuimos,
de todo lo que significamos
hoy
nos hayamos convertido
en aquellos extraños
que ni se ven, ni se miran, ni se hablan…
Aunque ambos
se estén ahogando.
Aunque ambos
sepan que son los únicos
que pueden salvar al otro del naufragio.
Se abandonan al mar,
mutuamente y son conscientes
de que si se hunden,
se hundirán los dos hoy y para siempre.