Leo la palabra victoria en la comisura de tus labios.
Observas, lejano el horizonte y el mundo entero
contempla cómo los dedos
de tus pies rozan puntiagudos, la tierra.
Los otros. Sí, ellos te contemplan
como si no hubiera
ahí a fuera
ningún otro planeta
y tú constituyeras
el único satélite que les interesa.
Y me acerco, estando todavía distante.
Vislumbro tus ojos entre la sombra
de la multitud que te observa
y les doy la razón con la cabeza baja
y la cara risueña:
tu voz, tus ojos claros...
Valen más que todas las riquezas.
Y me siento afortunada de verte
sólo hombre
en medio de la multitud
que comenta.