"Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento."

Rubén Darío.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Mediodías a medias.


No me podía dormir. 

Me he quedado pensando en nosotros, en un nosotros del teatro del absurdo. Un nosotros que puede que ni tan siquiera exista y sea una conjunción copulativa, o en términos de la sintaxis generativa (sea un ensamblado con un sintagma conjuntivo), sí, puede que seas y yo el sintagma conjuntivo. He de reconocerte que estoy muy a favor de los análisis arbóreos, esa clase de análisis que tú mismo dices haber realizado. Y yéndome por los Cerros de Úbeda (palabra que no me ha quedado más remedio que comprobar si era con B o con V) como tú dices que voy, que doy vueltas antes de llegar a un punto.

Así he zanjado nuestra conversación con un guiño para quedarme sola con ese nosotros de mi memoria que puede que ni tan siquiera se aplique a nosotros. En términos de deixis, puede que ese nosotros no se refiera a nosotros.

Todo ha empezado dando pie al destino, a la duda, a la fortuna... Allí estabas tú, esperándome. Me he vuelto loca hasta encontrarte porque ni tan siquiera tu allí era el mismo que el mío y cuando te he llamado para encontrarme no has cogido el teléfono, gesto muy tuyo, el de no hablar por teléfono.

Cuando te he visto me has dado un beso, un beso de esos que ni yo sé si darte o no cuando te veo. Demasiado precipitado o demasiado incierto si debo o no hacerlo.

Mis confesiones: "no esperaba verte hoy" y tú dejándote llevar, dando lugar a la improvisación. Dando mano a nuestros dedos que se unían, poco a poco, cada vez más, mientras avanzábamos por el medio de la carretera, por esos lugares donde yo no me oriento y no sé llegar, mientras tú me llevas hasta el Retiro y desde allí te indico, como un pacto implícito. Hablándote de lo primero que se me ocurre para llenar esa especie de silencios que tanto me incomodan y en los que tú siempre me dices que diga, como suponiendo, sabiendo que voy a decir algo. Siempre algo para dar paso a las palabras, ese torbellino de palabras al que sólo tú eres capaz de imponer pausas. Pausas de besos, de hacerme reír queriendo superar el récord de seis horas y media en silencio. Y cada vez que tomo las cartas sobre tu silencio todo lo que afirmas es que mi condición de mujer me hace hablar más a mí que a ti.

Sin embargo, me siento como hacía tantos años que no me sentía. Como me sentí cuando dejaste de hablarme hace tanto tiempo: como la niña a la que tienes fascinada y la muñeca nueva de tu adquisición. Prendida de un hilo a lo que tenemos, ilusionada cada vez que te veo, con el estómago en la garganta, con los pies moviéndose solos. Escribiendo sin parar, mezclando realidad y fantasía.

Hemos ido al parque, a un parque donde tan solo hay cuatro patos y un gato que les mira con ganas de acabar con ellos, un gato gordo que no descarto que ya se haya comido más de uno. Y tú me parecías tan guapo, tan atractivo, en medio del verde de aquellos árboles, tan callado, tan pensativo, tan racional, tan único... Tan hombre y tan poco niño. Tan adulto, trayéndome a casa, a la vez que te decía que llegaba tarde, tenía que comer. Y tú entreteniéndome como me quejo siempre, y con tu razón cuando dices que no me retienes. Mirándome cada vez que mi mano se aproxima al manillar de la puerta, confesándome que no quieres que me vaya y yo diciendo que me tengo que ir. Siempre me tengo que ir. Siempre por miedo quizá a volver a ser feliz hasta ese extremo, dejar de sentirme tu muñeca y pensar en algo más serio; me asustaría tanto que no lo pienso. Prefiero pensar que soy tu entretenimiento, hasta que no me digas de volver a verme, hasta que no me vuelvas a decir que yo mando y yo decirte que no soy ninguna marimandona, hasta que no me vuelvas a decir que por qué te miro tanto y yo te responda que si vas conduciendo, sabiéndome el camino, mirarte es lo único que me entretiene, hasta que no me beses de nuevo la mano y me vuelvas a apretar contra ti en cada beso en los parques, hasta que no te vuelva a decir que aunque fuera lo que más odiaras en el mundo: no pararía de sonreír...