He decidido en este preciso instante no hablar más de ti y muy poco contigo:
- Porque te quejas de mi perpetua sonrisa.
- Porque te mueves siempre en coche.
- Porque pretendes explicar racionalmente el mundo.
- Porque te gusta no leer.
- Porque te gusta el fútbol y los deportes.
- Porque te metes conmigo.
- Porque me das las buenas noches de una forma extraña.
- Porque sabes jugar conmigo y no responderme si no te respondo.
- Porque hablar por teléfono contigo no es una opción.
- Porque sabes que cuando pongo una única cara, cierro la conversación.
- Porque nunca me quiero ir cuando estoy contigo.
- Porque me das más besos al final que al principio.
- Porque me das muchos más besos que abrazos.
- Porque nunca me abrazas por detrás.
- Porque me parece tierna tu forma de darme la mano.
- Porque sabes hacerme callar de forma efectiva.
- Porque en un determinado momento pones una cara de pillo que me pierde.
- Porque te miro mientras me miras y cuando no me estás mirando.
- Porque vives día a día y no te paras a hacer planes con mucho tiempo.
- Porque eres una sorpresa constante en mi vida.
- Porque eres rotundamente impredecible.
- Porque tu mundo está regido por leyes matemáticas.
- Porque con tus cosas me fascinas y nunca me han gustado tus cosas.
- Porque no tenemos nada en común.
- Porque me paso muchos minutos al día pensando en ti.
- Porque para mí es genial pasar tiempo contigo.
- Porque cada día que pasa me pareces más atractivo.
- Porque corro el riesgo de ilusionarme contigo demasiado.
- Porque dudo que nunca llegue a entenderte del todo.
- Porque todo contigo es nuevo, especial y único.
- Porque en tu léxico no están los piropos, sí en tus miradas.
- Porque rara vez te pones tierno o explícitamente romántico.
- Porque conoces la historia de Las mil y una noches y yo no la conocía.
En definitiva: porque puedo acabar pillada por ti hasta límites insospechados y me asusta que sea unidireccional.
"Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento."
Rubén Darío.
miércoles, 30 de octubre de 2013
Mediodías a medias.
No me podía dormir.
Me he quedado pensando en nosotros, en un nosotros del teatro del absurdo. Un nosotros que puede que ni tan siquiera exista y sea una conjunción copulativa, o en términos de la sintaxis generativa (sea un tú ensamblado con un sintagma conjuntivo), sí, puede que seas tú y yo el sintagma conjuntivo. He de reconocerte que estoy muy a favor de los análisis arbóreos, esa clase de análisis que tú mismo dices haber realizado. Y yéndome por los Cerros de Úbeda (palabra que no me ha quedado más remedio que comprobar si era con B o con V) como tú dices que voy, que doy vueltas antes de llegar a un punto.
Así he zanjado nuestra conversación con un guiño para quedarme sola con ese nosotros de mi memoria que puede que ni tan siquiera se aplique a nosotros. En términos de deixis, puede que ese nosotros no se refiera a nosotros.
Todo ha empezado dando pie al destino, a la duda, a la fortuna... Allí estabas tú, esperándome. Me he vuelto loca hasta encontrarte porque ni tan siquiera tu allí era el mismo que el mío y cuando te he llamado para encontrarme no has cogido el teléfono, gesto muy tuyo, el de no hablar por teléfono.
Cuando te he visto me has dado un beso, un beso de esos que ni yo sé si darte o no cuando te veo. Demasiado precipitado o demasiado incierto si debo o no hacerlo.
Mis confesiones: "no esperaba verte hoy" y tú dejándote llevar, dando lugar a la improvisación. Dando mano a nuestros dedos que se unían, poco a poco, cada vez más, mientras avanzábamos por el medio de la carretera, por esos lugares donde yo no me oriento y no sé llegar, mientras tú me llevas hasta el Retiro y desde allí te indico, como un pacto implícito. Hablándote de lo primero que se me ocurre para llenar esa especie de silencios que tanto me incomodan y en los que tú siempre me dices que diga, como suponiendo, sabiendo que voy a decir algo. Siempre algo para dar paso a las palabras, ese torbellino de palabras al que sólo tú eres capaz de imponer pausas. Pausas de besos, de hacerme reír queriendo superar el récord de seis horas y media en silencio. Y cada vez que tomo las cartas sobre tu silencio todo lo que afirmas es que mi condición de mujer me hace hablar más a mí que a ti.
Sin embargo, me siento como hacía tantos años que no me sentía. Como me sentí cuando dejaste de hablarme hace tanto tiempo: como la niña a la que tienes fascinada y la muñeca nueva de tu adquisición. Prendida de un hilo a lo que tenemos, ilusionada cada vez que te veo, con el estómago en la garganta, con los pies moviéndose solos. Escribiendo sin parar, mezclando realidad y fantasía.
Hemos ido al parque, a un parque donde tan solo hay cuatro patos y un gato que les mira con ganas de acabar con ellos, un gato gordo que no descarto que ya se haya comido más de uno. Y tú me parecías tan guapo, tan atractivo, en medio del verde de aquellos árboles, tan callado, tan pensativo, tan racional, tan único... Tan hombre y tan poco niño. Tan adulto, trayéndome a casa, a la vez que te decía que llegaba tarde, tenía que comer. Y tú entreteniéndome como me quejo siempre, y con tu razón cuando dices que no me retienes. Mirándome cada vez que mi mano se aproxima al manillar de la puerta, confesándome que no quieres que me vaya y yo diciendo que me tengo que ir. Siempre me tengo que ir. Siempre por miedo quizá a volver a ser feliz hasta ese extremo, dejar de sentirme tu muñeca y pensar en algo más serio; me asustaría tanto que no lo pienso. Prefiero pensar que soy tu entretenimiento, hasta que no me digas de volver a verme, hasta que no me vuelvas a decir que yo mando y yo decirte que no soy ninguna marimandona, hasta que no me vuelvas a decir que por qué te miro tanto y yo te responda que si vas conduciendo, sabiéndome el camino, mirarte es lo único que me entretiene, hasta que no me beses de nuevo la mano y me vuelvas a apretar contra ti en cada beso en los parques, hasta que no te vuelva a decir que aunque fuera lo que más odiaras en el mundo: no pararía de sonreír...
sábado, 26 de octubre de 2013
Sonrisa
Nunca entendí qué nos unió hace años y qué nos pudo unir, tan distantes, tan diferentes, tan rotundamente opuestos... Tan geniales.
Nervios.
Como el día que te conocí, como cada vez que te veo, como cada vez que me contestas y te contesto, como cada vez que pienso en ti, en mí, en volver a vernos.
Besos.
Igual que el primero, algo más viejos que entonces, algo más nuevos. Acompañados de frases y de caricias en las manos, cual quinceañeros.
Coincidencias.
El llegar el mismo tiempo tarde, disfrutar de la misma película, dormir las mismas horas, tomar las mismas decisiones por motivos del pasado...
Aparentemente, rotundamente opuestos. Tú tan objetivo, yo tan subjetiva. Tú razón y yo corazón. Todas esas palabras que se esconden en las miradas que guardas, las miradas que ocultas cuando piensas que no te estoy mirando, cuando me preguntas que por qué sonrío tanto y te contesto que soy así, cuando me miras y me río sin reírme de ti sino de mí misma.
Reencontrarte y ser tú la excusa perfecta para reencontrarme conmigo misma y con la niña que conociste hace años, con la niña que vive dentro de la mujer que ahora tienes delante de tus ojos.
Confesiones de medianoche
Hace mucho tiempo que no me paraba a escribir absolutamente nada.
Ni un poema ni tan sólo una palabra dentro de un papel que no tuviera que ver con un ámbito académico o puramente burocrático. Quizá mis palabras ya no sean las mismas que entonces, pero aunque cambien los gestos, las rimas y los versos: la esencia no varía.
Me encantaría decirte
que te echo mucho
de menos
pero no sé hasta qué punto
sería cierto.
No es que no te quiera, es que has sido el hombre más importante que ha pasado por mi vida. Has sido, has sido y no eres. No eres porque tampoco quisiste ocupar la plaza que te dejaba en mi vida, la única que era capaz de dejarte y no te culpo: te prometo que intento no culparte por ello. Estaba mal, te fuiste. Todo pasó. Todo pasó hace días, semanas, aún meses no, cuando parece que han pasado años. Y sin embargo, ¡qué bien estamos!, ¡qué bien y estamos sin estarlo!. No tengo nada que decirte y mis oraciones se construyen con conjunciones negativas: no, no, no...
En parte, te echo de menos: los abrazos, las conversaciones por el parque, los días interminables, los detalles... Todo aquello que nos unía sin saberlo.
Necesito que nadie me moleste mientras te escribo de madrugada, sé que nunca lo leerás y también sé que mis palabras están cada vez más vacías y más llenas de melancolía.
"Lo que pareció una decisión precipitada llevaba más de un mes y dos latiendo en mi interior." No sé si éste sería un buen comienzo para una novela lo que sí sé es que lo que pasó aquella noche me alejó de ti para siempre, tal vez tu propio nombre llevara la pareja de sílabas correspondientes: a-le-ja. Es al menos curioso donde se encuentra el germen de lo que ahora escribo, en tu propio nombre, en el destino etimológico que llevamos escrito. Me habría gustado marcharme sin hacerte ningún daño, ahora me doy cuenta de todo el daño que yo soportaba sin ser tangible o consciente. Si tú te pararas a pensar en el destrozo de sentimientos que llevaba meses, puede que años en mí misma produciendo, sin duda alguna, volverías a disculparte y no sería yo tan culpable ni tú tan víctima como ahora te haces. No es una carta de odio ni rencor, no me malinterpretes.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)